Las mujeres portuguesas tienen bigote, reza el prejuicio francés y español. Hemos ido a Lisboa a verificarlo. Y hemos descubierto que la vellosidad no es un problema principal.
Si las mujeres portuguesas tienen bigote no es por militancia política. El triste estereotipo del que es víctima el bello sexo portugués no es una provocación relacionada con la lucha en favor de la paridad, como sucedió en Turquía en mayo de 2007 cuando las representantes de la Asociación Kader se pegaron unos bigotes postizos criticando la ausencia de mujeres en el parlamento. La vellosidad de las portuguesas es simplemente una realidad totalmente mediterránea.
Una vieja historia
“La mayor parte de los europeos guardan aún en su mente el estereotipo de las mujeres emigrantes de los años setenta, provenientes del mundo rural y de los estratos sociales más desfavorecidos. Mujeres que no tenían ni tiempo ni dinero para cuidarse. ¡Lo mismo que le sucedía a los emigrantes italianos en América!”, explica Patricia Barnabé, redactora de las edición portuguesa de la revista Vogue. El caso más notorio es el de Francia, llena de inmigrantes portugueses que trabajan en las porterías de los edicifios de las grandes ciudades.
Patricia –treintañera–, cuando piensa en las mujeres portuguesas quisiera ver en ellas más libertad de expresión: “Aún viven según una mentalidad heredada de los años de la dictadura, durante los cuales los valores esenciales eran la dedicación a la familia, el trabajo y la modestia”. Dicho esto, es consciente de que esto también tiene consecuencias positivas. De hecho, los portugueses no son una población muy nacionalista y están más abiertos a aceptar una identidad europea que los franceses. “No estamos muy orgullosos de nuestra cultura. Nos gusta lo que somos, pero tenemos más curiosidad por lo que sucede fuera del país y nunca pensamos ser mejores en algo. Se nos dan bien los idiomas y, por razones históricas y geográficas, estamos muy abiertos a los extranjeros: quizás porque somos un pequeño país nos gusta mirar lejos”.
Patricia –treintañera–, cuando piensa en las mujeres portuguesas quisiera ver en ellas más libertad de expresión: “Aún viven según una mentalidad heredada de los años de la dictadura, durante los cuales los valores esenciales eran la dedicación a la familia, el trabajo y la modestia”. Dicho esto, es consciente de que esto también tiene consecuencias positivas. De hecho, los portugueses no son una población muy nacionalista y están más abiertos a aceptar una identidad europea que los franceses. “No estamos muy orgullosos de nuestra cultura. Nos gusta lo que somos, pero tenemos más curiosidad por lo que sucede fuera del país y nunca pensamos ser mejores en algo. Se nos dan bien los idiomas y, por razones históricas y geográficas, estamos muy abiertos a los extranjeros: quizás porque somos un pequeño país nos gusta mirar lejos”.
Patricia pertenece a una nueva generación y, sonriendo, asegura que los bigotes son “un cliché destinado a la chanza, a la ironía y a compartirse con España e Italia”, me explica antes de escapar a su lección semanal de yoga.
Sol, mar y talla S
Dejando el barrio de negocios donde se encuentra la redacción de Vogue, volvemos al centro de la ciudad, al romántico Chiado, para encontrarnos con Joana Pote, una booker de la agencia de modelos Elite. Treinta años, café y cigarrillo impenitentes, muerde directamente en la conversación: “Las chicas portuguesas tienen unos rostros maravillosos y el bigote es lo último que les preocupa. ¡Se quita en diez minutos!”. Joana conoce bien las bellezas lusas. A media voz sugiere que son las francesas las que tienen más vello y que la única limitación de las modelos portuguesas es la estatura. “Pocas son las que superan el metro sesenta y siete, y les cuesta competir co las chicas del este de Europa. Es difícil encontrar modelos portuguesas para los desfiles”, añade Joana. Sin embargo, la mezcla de razas derivada de siglos de viajes y emigraciones ha contribuido a la definición de unos rasgos físicos que mezclan aires chinos con africanos y suramericanos. “La fuerza de la belleza portuguesa deriva de la presencia del mar y del sol, ¡que broncean con delicadeza!”, insiste Joana. Y prosigue: “Son rostros perfectos para la fotografía en estudio, pero la estatura no les acompaña en las pasarelas. Para ello echamos mano mucho más de las brasileñas y de las modelos de Europa del este”.
De vuelta en la calle y paseando por la clásica Rua Garrett, comprobamos en efecto que la altura media de las portuguesas resulta típicamente mediterránea... Katia, responsable de planta en la tienda Zara de esta calle lo confirma: “El 80% de las mujeres portuguesas usa talla S y no supera el metro 60/65 centimentros”. Es cuando entran las turistas norteamericanas cuando se nota la diferencia: “Nuestras tallas XXL no son lo suficientemente grandes para ellas...”.
Testimonios por orden de aparición: las jóvenes modelos portuguesas Rita e Inês, la abuela de la fotógrafa a los 17 y 87 años, y la modelo portuguesa Sonia
REPORTAJE
por giulio zucchini - Madrid Traducción: Fernando Navarro Sordo
por giulio zucchini - Madrid Traducción: Fernando Navarro Sordo
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