jueves, 14 de junio de 2007

En coche y a la aventura por la costa del Algarve

Salir de copas en Albufeira, paseos tranquilos en Tavira, puestas de sol en el cabo de San Vicente y surf en playa Amado. Más de 200 kilómetros de arena, acantilados y sorpresas.

Del puerto de Sagres parten excursiones para ver cetáceos, y por la noche los bares de la calle principal rebosan ambiente juvenil y surfero
Hacia el interior, el paisaje se vuelve montañoso y tranquilo. Destaca, al oeste, la sierra de Monchique, con unas vistas privilegiadas; una vegetación de acacias, eucaliptos y pinos, y los manantiales que han hecho famosa a Caldas de Monchique
Los más avispados agentes turísticos la han rebautizado como la California de Europa. Y algo de razón tienen: en la región más sureña de Portugal, el Algarve, abundan buenas olas para el surf y campos de golf en plena costa (ha sido elegida, dos años consecutivos, el mejor destino de golf por IAGTO, la Asociación Internacional de Touroperadores de Golf), el clima es formidable, y sus playas, de lo mejor. Pero hay más: paisajes dramáticos como el del cabo de San Vicente, caprichos geológicos como las anaranjadas formaciones rocosas de Lagos, naturaleza tonificante como la de Ría Formosa, ciudades históricas como Faro y una animada vida nocturna.
Una de las ventajas del Algarve -amén del estratégico aeropuerto de Faro- es que desde España se puede visitar cómodamente a bordo del vehículo propio. Aquí vamos a recorrerlo de norte a sur, bordeando la costa, sin descuidar excursiones al interior, hasta el cabo de San Vicente, y de ahí giraremos hacia sotavento hasta topar con Huelva. Para conocer el Algarve en agosto conviene llevar reservadas las habitaciones. Pero el resto del año, especialmente en septiembre -un mes sin atascos, los alojamientos con la mitad de público y, con maña en el regateo, a mitad de precio, y una temperatura suave-, se puede tranquilamente ir a la aventura, sin planes.
El Algarve -cuyo nombre proviene del árabe Al Gharb, tierra por donde se pone el Sol- inició el boom turístico en los años sesenta del siglo pasado, sobre todo en sus costas, muchas de ellas hoy sobrecargadas de hoteles y especulación urbanística. Pero hacia el interior el paisaje se vuelve montañoso, continental y más auténtico y tranquilo. Entre sus rincones más tradicionales destaca, al oeste, la Sierra de Monchique, con unas vistas privilegiadas; una pluviosidad elevada; una vegetación de acacias, eucaliptos y pinos, y los manantiales que han hecho famosa a Caldas de Monchique. Este oasis-refugio protegido de los vientos atlánticos por la sierra de su nombre sigue manteniendo su ancestral idiosincrasia, e incluso sus habitantes conservan una particular forma de hablar, que les diferencia del resto de la región. También aquí se puede disfrutar del mejor aguardiente, el medronho. Y según una leyenda, aquel que beba de la fuente del amor que esconden estos bosques se apasionará locamente por la vida.
Siguiendo hacia el oeste unos 30 kilómetros se llega a la costa, dominada toda ella, del norte al sur, por el parque natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina, con playas bravas, rompientes y acantilados de vértigo. Es una de las áreas protegidas -junto a Ría Formosa y al Sapal Castro Marim- de la región. La playa de Odeceixe, la más al norte del Algarve, atrapa la vista con el azul brillante de sus aguas, con el océano abierto y un río templado para gozo de los más pequeños. Siguiendo este perfil costero poco masificado, majestuoso, con ese relieve de rocas alternándose con playas de arena limpísima, se pasa por las de Amoreira, Monte Clérigo y Amado, en Carrapateira, que cuenta con varias escuelas de surf y extensión suficiente para que nadie te pise la toalla.
Más al sur se encuentra Vila do Bispo, puerta de la punta más austral de Portugal, la barbilla de ese rostro que forma la península Ibérica y que culmina con la espectacular fortaleza de piedra conocida como Cabo de San Vicente, considerado en tiempos remotos "el fin de toda tierra habitada", pues así parece: el suelo se interrumpe de pronto, cruentamente, en forma de acantilado de 60 metros sobre un agua oscura y misteriosa. Además, el viento que azota sin piedad, la neblina que acostumbra a recubrirlo y el faro que lo preside dan al cabo de San Vicente -cuyo nombre homenajea al santo mártir cuyo cuerpo fue velado, allá por el siglo IV, por dos cuervos- un extra místico que concentra, cada atardecer, a cientos de jóvenes que despiden al Sol mientras se oculta por el horizonte. Provistos de cervezas, ropa de abrigo y cámaras digitales, estos adoradores del astro rey se desparraman por las rocas para obtener la mejor visión de un espectáculo que sobrecoge. Una lápida advierte de su peligro potencial: algún turista ha perdido la vida al caer desde esta gigantesca proa continental.
Desde aquí, siguiendo unos cientos de metros hacia el sureste, y tras descender docenas de escalones de madera, se pisa la deliciosa playa mixta (textil y nudista) de Beliche, de arena tan blanca y suave que parece harina, ideal para ver pececillos y aislada del resto del mundo por una muralla natural en forma de acantilado. Al final de la playa, a la derecha, mirando al mar, se accede fácilmente a una gruta digna de una novela de Julio Verne y, de frente, a la izquierda, desde la misma toalla se contempla el majestuoso litoral, recortado por los precipicios. Del puerto de la cercana localidad de Sagres parten excursiones para ver cetáceos, y por la noche los bares de la calle principal rebosan ambiente juvenil y surfero.
Cerca, hacia sotavento, se encuentra la playa de Figueira, en Salema, que atrae a jóvenes en busca de buceo y donde se conservan los restos de un navío de guerra francés del siglo XVIII. A pocos kilómetros hacia el este se llega a Lagos, la que fuera Lacobriga romana, uno de los enclaves más históricos a la par que animados, inmortalizado en miles de postales y guías turísticas. Su fotogenia se debe a las formaciones areniscas de la preciosa playa de Doña Ana y del Ponte de Piedade, que se puede recorrer en velero, en piragua o incluso a nado, ayudado por un par de aletas. Entre sus rocas, semioculta, una minúscula cala permite practicar el nudismo en un entorno muy agradable. Desde el centro de Lagos y hacia el este se encuentran otros dos lugares vistosos: Meia Praia, una media luna de cuatro kilómetros de largo, una de las mejores y más concurridas playas de la zona, y 10 kilómetros al norte, el relajante embalse de Bravura, enclavado entre ondulantes montes de eucaliptos.
Aquí -desde Lagos y tomando la autopista A-22, que sigue paralela al litoral hasta la frontera española- empieza la zona más explotada de la costa algárviga, que llega hasta Faro. Una muestra clara de ello es Portimão (con su famosa playa da Rocha), cuya mitología asegura que aquí desembarcó Aníbal. Hoy aquellas tropas guerreras han sido sustituidas por avalanchas humanas, y en lugar de descender de elefantes, lo hacen de refrigerados autocares. Albufeira es otro de los destinos más turísticos, gracias a playas como Oura, la familiar São Rafael o la de los Barcos / dos Pescadores (con sus naves de pesca diseminadas por la arena), y a su energética marcha.
En otra onda está Silves, hacia el interior, entre Portimão y Lagoa, que fuera en 1053 la populosa Xelb, capital musulmana de Al Gharb, y que conserva su gran castillo de murallas ocres y numerosos vestigios del paso de los moros por sus calles. También hacia adentro, camino de la sierra de Caldeirao, se encuentra Loulé, con su mercado de artesanía y sabrosas viandas: higos y miel, quesos o dulces de mazapán.
Y llegamos a Faro, capital del Algarve y protegida por una muralla medieval. De pasado fenicio y cartaginés (aunque también romanos y musulmanes dejaron su impronta aquí), el rey Alfonso III la conquista en 1249 y, desde entonces, ha sufrido dos graves agresiones, arquitectónicamente hablando: el ataque del conde de Essex, en 1596, y el terremoto de 1755. Entre sus monumentos en pie destaca la catedral barroca, el Arco da Vila (de 1812) y la ermita de Nossa Señora do Pé da Cruz, del siglo XVII. Aunque la ciudad disfruta también de animación nocturna, pasear entre las calles empedradas de la Cidade Velha es un placer casi siempre silencioso.
Las islas de Faro, Barreta y Culatra son tres de los rincones más estimulantes de Ría Formosa: 60 kilómetros de dunas, lagos de agua dulce, bosques de coníferas, salinas y playa natural que empiezan en Manta Rota y se extienden hacia el este hasta Vale do Lobo, más allá de la ciudad de Tavira, y que sirven de hábitat a flamencos, gallinas sultanas y otras especies protegidas. En barco se puede llegar de Faro hasta Culatra. Aunque hay chiringuito, si su deseo es perderse entre gaviotas, nada como llevarse puesta la bebida, la sombrilla y una pequeña nevera. Tanto relax puede hacerle perder el sentido del tiempo y, con él, el último barco público, aunque siempre se puede compartir un taxi-mar con alguien en situación similar para regresar, al atardecer, a una bellamente iluminada Faro.
Al norte refulge Estoi, con su palacio rococó del XIX, sus fuentes y palmeras, y al este se encuentra la noble ciudad de Tavira, cruzada por el río Gilão, que salva su puente romano, sus puestos callejeros y sus tejados piramidales. Con más de treinta iglesias, conserva el embrujo del tiempo detenido y de lo acogedor, y remata su atractivo con la isla del mismo nombre, a la que se accede por ferry desde Quatro Águas o a lomos de un convoy desde la cercana Pedras del Rei. Al descender del convoy, espera un nostálgico cementerio de anclas: las de los atuneros de la zona que dejaron de practicar su oficio cuando el gran pez dejó de visitarles.
A pocos kilómetros de Tavira, y en dirección a España, se encuentra la pequeña localidad de Cacela Velha: un ramillete de casas blancas de pescadores presidido por una iglesia y un fuerte del siglo XVIII. Y casi en la frontera, Castro Marim, puerta de salida del Algarve. A finales de agosto celebra su feria medieval en su fortaleza del siglo XIII, la cual ejercía de vigía fronteriza entre España y Portugal y desde cuyas almenas se vislumbran dichos límites.




Fuente: Diario El País, El Viajero, "En coche y a la aventura por la costa del Algarve Paisajes relajantes y diversión nocturna al sur de Portugal" por Alfonso Rivera el 20/05/2006

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